Biografía de Rafael Escalona
Por Daniel Samper Pizano
RAFAEL CALIXTO ESCALONA MARTINEZ, nació en Patillal, Cesar, el 27
de mayo de 1927. Fue el séptimo de nueve hermanos del hogar
conformado por Clemente Escalona Labarces, coronel de la guerra de
los Mil días, y Margarita Martínez Celedón.
En 1936 se radicó}ribir versitos, poco a poco fue recogiendo
historias que serían la base de sus afamados vallenatos; el primero
fue compuesto, en febrero de 1943, cuando apenas contaba 15 años; a
él siguieron 85 composiciones más, melodías en las que no solamente
se puede reconstruir su vida, sino también la del viejo
departamento del Magdalena, aporte que le ha dado a la música
vallenata hasta convertirla en carta de identidad de toda una
región. Escalona ha recibido muchos homenajes, condecoraciones y ha
sido diplomático, pero quizás el más grande fue el reconocimiento
que su 'primo' Gabriel García Márquez le hizo cuando dijo que "Cien
años de Soledad no era más que un vallenato de 350 páginas".
Rafael Escalona Martínez tenía quince años cuando compuso su primer
canto vallenato. Un lustro antes había viajado del pequeño
municipio de Patillal (Cesar), donde nació el 17 de mayo de 1927, a
estudiar en Valledupar. Amiguero y sentimental, la vida escolar fue
para él un plato agridulce, como lo revelan muchos de sus cantos
("El hambre del Liceo", "El testamento", "El bachiller"). Terminada
la primaria, entró al colegio María Concepción Loperena, un
instituto de bachillerato fundado meses atrás.
Uno de los pocos estímulos que le ofrecía el Loperena, aparte de
sus condiscípulos, era cierto maestro al que todos adoraban: el
profesor Heriberto Castañeda. Este se preocupaba porque los
muchachos no sólo aprendieran lecciones sino que crecieran como
personas. Jugaba fútbol con ellos, procuraba interesarlos en las
materias y participaba en sus reuniones y sus chistes. Sin embargo,
al comenzar las clases de 1943, los alumnos se enteraron de una
mala noticia: Castañeda había sido trasladado al Liceo Almirante
Padilla, de Ríohacha.
Uno de los pocos estímulos que le ofrecía el Loperena, aparte de
sus condiscípulos, era cierto maestro al que todos adoraban: el
profesor Heriberto Castañeda. Este se preocupaba porque los
muchachos no sólo aprendieran lecciones sino que crecieran como
personas. Jugaba fútbol con ellos, procuraba interesarlos en las
materias y participaba en sus reuniones y sus chistes. Sin embargo,
al comenzar las clases de 1943, los alumnos se enteraron de una
mala noticia: Castañeda había sido trasladado al Liceo Almirante
Padilla, de Ríohacha. Escalona lamentó a su manera la partida del
profesor. Había crecido escuchando a los campesinos y trovadores
del Valle de Upar cuando interpretaban merengues, puyas, sones y
paseos en las parrandas. Sabía, pues, que el que siente, canta. De
modo que no encontró recurso más natural para despedir al maestro
que componerle un paseo. Son tres breves estrofas en las que se
adivina ya la semilla que luego iba a desarrollar a lo largo de
seis décadas -y las muchas, quiera Dios, que falten- en una obra
que ha sido embajadora de Colombia en medio mundo. El paseo habla
de los paisajes locales ("Cuando sopla el viento frío de la
Nevada..."); de las tribulaciones del estudiante ("...que en horas
de estudio llega al Loperena"); de prematuras nostalgias ("¡qué
triste quedó el Loperena, qué tristes quedaron sus aulas!); y de
sentimientos personales: El nos dijo adiós, porque se ha ido, y le
dijimos adiós, pero que vuelva. "El profe Castañeda" fue el primer
canto de Rafael Escalona. Su fecha exacta: febrero de 1943. Desde
entonces ha compuesto unos noventa más, muchos de los cuales -"La
casa en el aire", "Elegía a Jaime Molina", "La vieja sara", "El
Almirante Padilla"- conocen de memoria los colombianos de varias
generaciones. La obra de Escalona es un mosaico pintoresco y lleno
de gracia que narra las historias, las costumbres y chismes de su
tierra, según ocurre en "La patillalera", "La custodia de Badillo",
"El villanuevero", "El general Dangond"... Pero también deja
testimonio de sus amores y dolores, como en "La historia", "Honda
herida", "La brasilera", "Dina Luz"... Versificador preciso y
compositor sorprendente, en sus mejores cantos aparecen dosis
magistralmente medidas de humor y poesía.
Compositor típico y atípico
Las historias de Escalona salieron de Valledupar en los años
cincuenta; sedujeron a los cachacos en los años sesenta; en los
setenta fueron catalizador para que el vallenato se convirtiera en
la música colombiana más popular; pasaron al repertorio
internacional y a la televisión en los ochenta; y sirvieron en los
noventa para producir impacto en el mercado de discos y conciertos
de América y Europa, de la mano de Carlos Vives. Cantos suyos han
sido interpretados por artistas y orquestas famosas de América y
Europa. De algunos de ellos hay versiones en salsa, en música
sinfónica y hasta en flamenco.
No quiere esto decir que Rafael Escalona sea el único compositor
vallenato. Hay una constelación de nombres que también ha tenido su
parte en el éxito de esta expresión folclórica como música de
masas. Pero es el más famoso y uno de los más extraordinarios. Su
biógrafa Consuelo Araujonoguera dice: "Es el más grande de todos.
El que resiste todos los análisis que se le quieran hacer a sus
cantos y todas las críticas que haya que formularle a su
persona".
Escalona, en todo caso, es un claro símbolo de la música vallenata.
Mejor aún: un mito. Así lo reconoce "Cien años de soledad" al
incluirlo con nombre y apellido entre los personajes de Macondo. Lo
curioso es que algunas de las características de Escalona se
apartan de lo que podría considerarse clásico o tradicional en el
mundo del folclor del Cesar. A diferencia de los grandes
acordeoneros que han tejido la historia de esta música, Escalona no
toca ningún instrumento. En contraste con figuras como Alejo Durán,
Leandro Díaz y Emiliano Zuleta, que han dado voz a sus
composiciones, Escalona rara vez canta. Y, al contrario de los
campesinos y vaqueros pobres y a menudo analfabetos que dieron
bulto al género, Escalona procede de una familia adinerada y
aristocrática. La típica familia que gozaba con las parrandas pero
consideraba que hacer canciones era oficio de gente humilde.
Así había sido durante muchos años. La música vallenata nació en
piso de tierra, producto de la sensibilidad de las tres razas que
formaron la nación costeña: indios, blancos y negros. Puede
decirse, esquemáticamente, que los instrumentos básicos del
vallenato representan este mestizaje racial: el acordeón europeo,
la caja africana y la guacharaca precolombina.
Antigua música de provincia
Resulta imposible precisar en qué punto exacto de la geografía del
norte de Colombia surgió el vallenato. La región donde aparecen
estos cantos abarcaba partes de lo que hoy son los departamentos
del Magdalena, Cesar, Guajira, Bolívar y Sucre. Hasta hace medio
siglo se la conocía como la Provincia de Valledupar y Padilla o,
más familiarmente, "la Provincia".
Seguramente la música de acordeón, que tuvo como evangelistas a la
guitarra y la armónica, empezó a brotar en muchos puntos a la vez,
ya que no fue obra de artistas sedentarios. Por el contrario,
recorría el campo con los vaqueros, acudía a ferias con los
campesinos, llevaba noticias de aquí y de allá con los primeros
trovadores y juglares de la región. Más tarde se desarrolló en las
colitas, juergas marginales que hacían los pobres en el patio de
atrás del festín de ricos, y se reveló a muchos colombianos del
interior que llegaron en los años veinte a trabajar en la Zona
Bananera de Santa Marta. Fue música de parrandas, de desafíos, de
fondas y de burdeles.
Cuando nació la radio en Colombia, por los años treinta, el
vallenato fue uno de los primeros invitados a probar la magia del
micrófono. Desde entonces su suerte ha estado vinculada a los
nuevos medios de difusión del sonido. Ninguna expresión musical
nacional ha vendido tantos discos en Colombia como el vallenato; la
radio ofrece numerosas estaciones enteramente dedicadas a este
género; el cine ha llevado a la pantalla a ídolos del canto
vallenato, como Diomedes Díaz; y la televisión ha acogido también
la popularidad de su cultura. La obra de Escalona, jusamente,
inspiró una célebre telenovela que se transmitió a muchos
países.
A medida que avanza su suceso, el vallenato ha ido ocupando
entornos distintos: de la parranda a la caseta de feria, y de esta
al concierto de estadio. Carlos Vives lo envolvió en una atmósfera
contemporánea y lo condujo a donde no había podido llegar: los
grandes sectores juveniles urbanos que eran pasto del rock.
Escalona es heredero de una sólida tradición que nació hace más de
un siglo con el acordeonero José León Carrillo Mindiola, un joven
de Atanquez (Cesar) a quien enviaron a España a mediados del siglo
pasado creyendo adivinar en él honda vocación religiosa. La tenía,
y honda, pero de parrandero. Muy pronto colgó las sandalias de lego
y regresó a Valledupar armado de un acordeón con el que recogió las
melodías que ya empezaban a sacudir el aire caliente en la flauta
indígena o gaita.
A este patriarca sucedieron muchos compositores, incluídos el
mítico Francisco el Hombre (Francisco Moscote), Sebastián Guerra,
José Antonio y Germán Serna, Chico Bolaños, Alejo Durán, Luis
Enrique Martínez, Samuel Martínez, Lorenzo Morales, Juancho Polo,
Náfer Durán, Pacho Rada, Abel Antonio Villa, Calixto Ochoa, Julio
Erazo, Rafael Campo Miranda, Carlos Huertas, Diom.
Con Escalona comparten hoy el altar mayor cuatro compositores
vivos: Leandro Díaz, Emiliano Zuleta, Calixto Ochoa y Adolfo
Pacheco, músico enorme de la región de Bolívar donde el vallenato
se acuesta con la cumbia.
Hace un cuarto de siglo que el éxito del vallenato creó un mercado
profesional de cantantes estrellas y acordeoneros de singular
talento. Unos y otros son muchos y muy buenos como para intentar
una lista incompleta en este breve e}piezas clásicas que de otro
modo habrían permanecido olvidadas. Pero también, a instancias del
boom comercial, surgió un tipo de vallenato deformado, falso, hueco
y lacrimoso que ha sido el} Hombre.
Cuando se retiró del colegio sin haber conseguido el malhadado
cartón de bachiller, Escalona se dedicó a la agricultura.
Mujeriego, parrandero y hombre de pantalones - sobre los que
brillaba a menudo una pistola calibre 45 con sus iniciales grabadas
en la cacha-, sucumbió por fin al mandato matrimonial en 1951.
Marina Arzuega, su primera esposa, es la famosa Maye que aparece en
muchos}aire" y Rosa María, la de "El manantial".
Al cabo de vivir durante muchos años en su hacienda "Chapinero", en
las afueras de Valledupar, de formar parte del frente cívico y
político que impul}ontaje del Festival Vallenato y de ser punto de
referencia obligado para periodistas y visitantes ilustres, llegó
el año de 1975 que provocó un giro radical en Escalona. En ese año
se casó por}amá) como cónsul de Colombia. Empezó así una nueva
etapa de su vida y su música. Luego de tres años en el cargo,
regresó a Colombia. Pero ya no volvió a afincarse en Valledupar. Al
principio l}diagonal a la Academia de la Lengua, a tiro de piedra
de l iglesia de Las Aguas y a 700 metros de la Quinta de
Bolívar.
Con el tiempo, este veterano cultivador de canciones y de arroz en
zonas tórridas ha acabado por adaptarse a la capital. Viste siempre
de paño oscuro, muy elegante, y usa guantes para protegerse del
frío. Compone menos que antes - nunca ha sido muy prolífi}e a oc}s
gremiales y a ratos coge los pinceles y pinta. Es coleccionista de
navajas y amigo de sus amigos. Sigue siendo enamoradizo,
sentimental y de lágrima floja. No hay hijo que no reconozca, ni
whisky fino al que no le haga asco, ni mujer a la que le niegue un
piropo, un verso o un canto improvisado del que luego no queda
registro.
Más de una vez se ha desfiado a duelo con adversarios de ocasión, y
algún ángel guardián lo ha salvado milagrosament}durante años le
escamotearon; sigue siendo parrandero bueno; canta bajito y bien
sus propios cantos, y silba melodías cuando está en trance de
componer. Ha sido condecorado por varios presid}rsitarios y centro
de muchos homenajes.